Cómo destruyes la autoestima de tu hijo sin saberlo

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Jun 30, 2020   Maternidad

Todo padre quiere lo mejor para sus hijos. Se aspira a ser el padre perfecto para un hijo también perfecto. Sin embargo, la perfección no existe. A pesar de que te animen las más nobles intenciones, puedes ser protagonista de situaciones en las que destruyes la autoestima de tu hijo, sin saberlo o sin quererlo.

Por supuesto que ningún padre en su sano juicio quiere dañar el autoestima del hijo, su bien más preciado. Sin embargo, hay ocasiones en la que se da el mensaje incorrecto, ya sea a través de palabras o conductas, que pueden lesionar el autoestima del niño o del adolescente.

Sin embargo, sin caer en el estigma de ser considerado un padre tóxico, hay aceptar y reconocer en que muchas situaciones en las que destruyes la autoestima de tu hijos. Evitarlas es posible. Revisa esta publicación,  si te ves retratado en alguno de los siguientes casos, es hora de rectificar y cambiar el rumbo antes de que el daño sea más profundo.

Así destruyes la autoestima de tu hijo

Los niños necesitan de sus padres palabras de amor y de aliento. Pero no son suficientes las palabras. También necesitan muestras de ese amor, de la confianza y el respeto que se les tiene como los seres humanos únicos y especiales que son. No obstante, en vez de alimentar su autoestima, quizás la estés destruyendo. ¿Cómo? Sigue leyendo.

Sobreproteges

Castigar hijos

Cuidar a los hijos es una cosa, sobreprotegerlos otra. Evitar que puedan hacer por sí mismos, no dejar que tomen decisiones ni se equivoquen es una fórmula segura para destruir la autoestima de tu hijo.

Los niños aprenden y crecen a cada paso, algunas veces tropezarán y caerán. Unas veces podrás protegerlo, pues es lo que seguramente toda madre o padre quiere, pero otras veces no. Hay que enseñarlos a levantarse y sobreponerse.

Lee este artículo: El peligro de la sobreprotección en la educación de los hijos

Insistes constantemente en sus errores

Sin errores no hay aprendizaje. Vivir se trata de cometer errores, darse cuenta de ello y aprender cuál es el camino correcto. Sin embargo, si en vez de motivarlo a aprender, insistes constantemente en señalarlo por sus errores, no solo destruyes la autoestima de tu hijo: también minas las posibilidades de aprendizaje.

Lo comparas con otros niños

Con las comparaciones destruyes la autoestima de tu hijo. Comparar a un niño con un hermano o con otro niño de la escuela o el vecindario es un ataque fulminante.

Un niño no necesita oír de sus padres «Tu amigo juega es mejor que tú» o «Mira qué buena estudiante es tu hermana«. Ni lo ayudas a mejorar ni a esforzarse más, solo le haces creer que es «inferior» al otro, cuando es único.

Te burlas o minimizas sus sentimientos

Un niño que se siente mal por alguna circunstancia, no le fue bien en un examen o peleó con un amigo no necesita que sus padres se burlen o minimicen sus sentimientos. La burla lastima. La desvalorización de sus sentimientos lleva al niño a pensar que no te importan sus problemas.

Destruyes sus sueños

Tu hijo sueña con ser pianista o astronauta. Tú le dices que las lecciones de piano son muy difíciles o que ser astronauta es imposible. Más allá de que pueda tener o no el talento, no lo alientas a que se atreva o a que destaque sobre lo que consideras los estándares promedio. Mientras pides al niño que sea «realista», destruyes la autoestima de tu hijo.

Criticas lo que es diferente

Para algunos padres darse cuenta que sus hijos tienen características o habilidades diametralmente opuesta a las propias es fuente de dura crítica contra sus hijos. Son padres que quieren que sus hijos sigan sus mismos caminos y al percibir las diferencias arremeten con críticas y descalificaciones.

Humillas y ofendes

Cada vez que usas frases como «no sirves para nada«, «siempre haces todo mal«, «nunca prestas atención«, «no quieres servir para nada«, «eres tonto o inútil«, estás tomando la humillación y la ofensa como forma de corregir a tu hijo. La destrucción de su autoestima está garantizada.

Esperas y exiges el éxito

Exiges a tu hijo altas calificaciones y no toleras que no lo logre. Mides las capacidades de tu hijo en función de la nota que aparece en el boletín escolar. No valoras el esfuerzo que realiza, ni el compromiso ni la responsabilidad.

Si tus hijos fracasan o se equivocan, no buscas entender las razones. Prefieres renegar de sus capacidades y, en los casos más extremos, hasta de tu paternidad o maternidad.

Exiges obediencia absoluta

Los padres controladores que no admiten sino la obediencia ciega son muy negativos para los hijos. Los niños deben cumplir normas ciertamente, pero también tienen derecho a opinar y a que su punto de vista sea escuchado.

Si no aceptas el carácter independiente o la voluntad del niño, eres de los que no solamente destruye la autoestima de tu hijo con empeño, sino que, además, atentas contra el vínculo que os debería unir.

Nunca pronuncias una palabra de aliento

¿Te cuesta decir a tu niño «te felicito» o «qué bien lo hiciste«? Quizás creas que si lo alabas lo volverás vanidoso o que los elogios son innecesarios cuando los niños hacen lo que se espera de ellos.

Las palabras de aliento son el estimulo que necesitan los niños para saber que lo están haciendo bien y continuar mejorando. No es necesario ahorrarlas. Al contrario: nunca sobran.

Ignórarlo

Padre ausentes.

Son muchos los padres y hasta «asesores» de crianza que indican que a los niños hay que ignorarlos como fórmula para corregir un mal comportamiento, una rebeldía o una rabieta. Nada puede ser más doloroso para un hijo que su padre o madre lo ignore. Le enseña que no merece la atención de las personas que más ama. ¡Pura dinamita contra su autoestima!

Antes de irte, lee: La hipercrianza es un modo de dar al mundo niños infelices

Reflexión final

Quizás te parezcan exageradas las situaciones que hemos descrito. Hasta es posible que pienses que los padres que así actúan solo puede ser calificados de «horribles». Sin embargo, la invitación es la de reflexionar.

Seguramente, en un momento de cansancio o de tensión, hemos recurrido a alguno de estos comportamientos, incluso sin saberlo o quererlo. Más de una vez nos puede haber pasado y es evidente que no es fácil de aceptar y reconocer. La pregunta clave es: ¿con qué frecuencia ocurre?

También vale la pena analizar si hasta fue la forma en que fuimos criados. Superar ese modelaje es un proceso arduo de toma de consciencia y de rectificación que toma su tiempo, pero que bien vale la pena el esfuerzo. Nuestros hijos lo merecen y lo necesitan.